Hace ya algunos años, “larqueando” con Fiore, decidimos ir a algún lugar diferente, como “turisteando” por nuestro propio barrio, dejándonos llevar por ese afán de exploración que cada uno de nosotros tiene adentro. Como buenos amantes del café -y de las delicias con que solemos acompañarlo-, decidimos entrar a un lugar al que por a ó b motivos, nunca íbamos pero que siempre, siempre veíamos.

El café “La Favorita” es un pequeño local en la cuadra 5 de Larco, abrumado y casi aplastado por el bullicio y la vorágine del centro miraflorino. Aún así, tiene ya más de 40 años de funcionamiento (abrió sus puertas en febrero de 1973), algo que me hace reflexionar y creer que un negocio, por más simple y pequeño que pueda parecer, aún puede sobrevivir a las grandes cadenas y llegar a ser de larga data, más aún si tiene carácter y mejor aún si es atendido por sus dueños.

Aunque el público es variopinto de acuerdo al horario, no hay que ser muy observador para notar que el lugar es frecuentado principalmente por gente mayor (incluso turistas), y rara vez uno ve parroquianos por debajo de la base cuatro.

Las sillas y mesas, aunque en muy buen estado, son claramente ochenteras y eso tal vez es parte de su encanto. El ambiente evoca reminiscencias de lugares clásicos que frecuentaba con mi madre en la infancia; nombres como El Parque D’onofrio, el Haití, el café Solari o incluso el Tip Top de Pardo vienen a mi mente. Al estar sentado tratando de “leer” entre los muros, sillas, y vitrinas, la historia del lugar, recordé casi inmediatamente que había estado allí hace muchos años, tal vez 20 años atrás con mi mamá comiendo un sándwich o helado y que fuimos ahí luego de ir al Manolo (la famosa churrería a media cuadra de distancia) y ver que este último estaba repleto. Ese cuasi ‘déjà vu’ o más bien ‘déjà visité’, me hizo sentir un apego especial al lugar y desde entonces no he dejado de frecuentarlo cada vez que puedo.

Dejando de lado las cuestiones sentimentales, el lugar, aunque añejo, tiene una serie de ventajas competitivas que no pueden pasarse por alto. El café es magnífico (uno de los mejores cortados que he probado) y sin aspavientos hipster, los postres, aunque evidentemente clásicos, están preparados prolijamente (pie de limón, una espectacular torta de chocolate, un criollísimo volador con manjar blanco, su suspiro limeño, etc.), las opciones de sándwiches, panes, tostadas, jugos, empanadas y pasteles, son vastas e impecables también (el lomito ahumado con queso y tomate en baguette y el Vegetariano en pan francesito, son inmejorables) y los precios por demás justos.

Algo que hasta el día de hoy no deja de impresionarme cada vez que voy es la eficiencia y calidad en el servicio. Jamás he sido atendido tan rápidamente en ningún lugar del mundo. La vez que más tardaron en sacarme una orden, fueron menos de 5 minutos (tomé el tiempo). Esa es tal vez la cereza de la torta, y el gran problema de los cafés y locales relativamente nuevos, la lentitud e ineficiencia en el servicio, por más bueno que pueda ser el producto.

La Favorita da para hablar mucho más, esta breve entrada, más que una reseña es un tributo a uno de los lugares con alma y personalidad propia que se resiste al paso de los años y trata de preservar en cada detalle el espíritu de ese Miraflores que se fue para no volver pero que permanece intacto en la mente y corazón de todos los que crecimos y aprendimos a vivir aquí.

En un próximo post hablaremos de la historia de este y otros clásicos miraflorinos.

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